la niña y el bosque VII

capitulo I
capitulo II

CAPITULO III: UN NUEVO MUNDO

Las brasas palpitaban en el hogar, enrojeciéndose al paso de las corrientes de aire que se colaban por las grietas de la vetusta casa de Harukka. El crepitar de las llamas y la fuerte respiración de Angélica era lo único que rompía el mutismo. Austre, de tan silencioso, mas que dormido parecía muerto. Harukka, atento a cualquier rumor agudizaba todos sus sentidos mientras sujetaba con sus manos, carentes de algunos dedos y falanges, una pesada lanza de su época de soldado. – si entra alguien aquí, lo avío con esto antes de que de un paso- se decía, mirando a la puerta.

De repente, desde detrás de la escalera que daba paso a la única planta superior, surgió una joven. Muy morena y con los ojos marrones apareció sonriente, con los brazos cruzados y un gesto de suficiencia que pasmaron a Harukka. Un pinchazo después el granjero estaba muerto. Desde la sombra un dardo había cruzado la estancia hasta el cuello del viejo, al que sólo le quedó dejar fluir el veneno por su sangre. La joven cogió a la niña en brazos y salió por la puerta. – No mates al crío, quiero que Areb sepa que tenemos a su hija- le dijo Erdid a un hombre barbudo que salía de las sombras sonriente. Cuando Austre se despertó, salió corriendo de la casa en busca de Angélica, pero no había ni una huella que le indicara el camino. Arrodillado sobre los puntiagudos guijarros del suelo comenzó a llorar de rabia. Acababa de dejar escapar la única oportunidad de salvación de su pueblo. Ahora que estaban tan cerca.

El sol llevaba un par de horas trabajando cuando Angélica se despertó, mientras abría los ojos no se dio cuenta de que la cubierta de la cabaña era distinta, ni de que este lecho era bastante más cómodo y seguramente, más salubre. Pero cuando giró el cuello se dio cuenta de que las caras que le rodeaban no eran conocidas. Una chica la estaba mirando. Mostraba un rostro muy agradable:

- Buenos días Itzhier – le dijo Erdid a la niña, a la par que hacia un gesto para que las demás personas que estaban en la habitación se marchasen.
- Buenos días señora – contestó la niña, recordando los modales que le había enseñado su madre hacia tiempo ya.
- ¿Quieres desayunar? Puedes pedirme cualquier cosa, pero no me llames señora, que aún soy una niña, casi como tú. Me llamo Erdid – le explicó, mientras se acercaba a su cama, sentándose en una esquina
- ¿Y Austre? Preguntó Angélica
- Esta bien, pronto podrás verle – mintió- te traeré algo de pan con miel y un cuenco con leche- dijo Erdid mientras abandonaba la habitación, cerrando la puerta al salir.

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