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En aquel barco fantasma, todos danzaban una canción eterna que hablaba de sentimientos furtivos, aunque no tenia letra.

O la tenía pero no significaba nada, o era en otro idioma, o puede que de tanto oírla la hubiese asimilado y formase parte de mí, y ya no necesitase de palabras para entender lo que ella estaba contando.

La canción sólo era parte de esa maquinaria bien engrasada, de sombras y movimientos, que vagan a su compás, en perfecta armonía unas con otras.

Y yo, en aquel barco fantasma, rodeado de almas con pellejo y hueso, reescribía una nota que ahora habrá llegado a tus manos, animándote a que vengas conmigo, tú, a vivir en una burbuja perpetua de serenidad y complacencia.

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