armas de asedio (II)



La ballista o balista (latín ballista, a su vez derivado del griego ballistēs, de ballein "arrojar") es una antigua arma de asedio de aspecto y mecanismo similares a los de una ballesta, pero de un tamaño mucho mayor. Disparaba grandes dardos o jabalinas por separado o en pequeños grupos, según el tamaño y estructura del modelo. Debido a su tamaño, debía sostenerse sobre un trípode y era manejada por varios hombres encargados de poner los proyectiles, tensar la máquina por un mecanismo de torsión y liberar finalmente el proyectil. Si la maniobra se hacía correctamente, el proyectil salía disparado a grandes distancias y se clavaba en uno o más enemigos. Se usaba principalmente en los asedios, ya que una vez montada era difícil de apuntar con ella a objetivos móviles. No obstante, en ciertas ocasiones se incorporaron ruedas al soporte de la balista para poder cambiarla de sitio sin tener que desmontarla.

El modelo original grecorromano disparaba grandes piedras esféricas en lugar de dardos, que comenzaron a adoptarse más tarde. Resulta curioso constatar que fue la ballista la que inspiró posteriormente la ballesta manual de la Edad Media, y no al revés.

Por lo general la ballista se construía en madera, aunque podía tener partes hechas o al menos revestidas de metal, y usaba cuerdas o tendones de animales como tensores. En el siglo XV, la llegada del cañón al escenario europeo hizo que la ballista y muchas otras armas de asedio, como las catapultas, fuesen relegadas al olvido.

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2 comentarios:

Anónimo dijo...

tremenda punteria...


es la misma ballesta que la de la foto?




sandri_ka

Anónimo dijo...

Los diseños medievales incluyen la catapulta (la cual a su vez incluye el onagro), la ballista y el trabuquete. Estas máquinas utilizaban energía mecánica para lanzar grandes proyectiles para destruir las murallas. En Europa, la catapulta la inventó Sionisio I de Siracusa en el año 399 a. C. También se utilizaron el ariete y la torre de asedio, una torre de madera con ruedas que permitía a los atacantes escalar las murallas estando a la vez protegidos de las flechas enemigas.

Una confrontación militar típica en el medievo era cuando un ejército sitiaba el castillo del oponente. Si éste estaba bien defendido, las opciones se limitaban a establecer un asedio con la finalidad de rendir la fortaleza por hambre, o a utilizar máquinas de asedio para destruir las defensas fortificadas.

Había otras tácticas, como prender fuegos alrededor de las murallas para intentar descomponer el cemento que sujetaba a las piedras unas con otras. También en ocasiones se minaban los cimientos con túneles excavados bajo las murallas.

Otras formas más imaginativas implicaban, por ejemplo, catapultar animales muertos por enfermedad o incluso cadáveres humanos dentro de la ciudad, con la finalidad de extender enfermedades que hiciesen más probable la rendición de la ciudad.