- De Giggio “el parmesano”, también conocido como “el puño” me contaron la historia más brutal que jamás he oído.
- Me encantan esas historias que me cuentas de disputas y ajustes de cuentas entre mafiosos, son tan pasionales como esos dichosos italianos.
- Kate, esta no es una historia de venganzas y tiroteos en restaurantes.
- ¿No? ¿Acaso me vas a hablar de un gánster filántropo? Jaja, estaría bueno, un capo enamorado de la cultura, protector de la honestidad, la bondad, la fidelidad…
- La avaricia. Lo que te voy a contar es un tremendo ejemplo de avaricia.
- Vaya, un gánster avaricioso…
- Giggio, fue un pequeño capo en Detroit, pudo formar su propia familia y siempre tuvo fama de ser un usurero, ambicioso y tacaño a partes iguales. A lo largo de su vida lo demostró en centenares de ocasiones, como cuando permitió que su hijo quedase cojo de por vida solo por evitar pagar su caro tratamiento, a pesar de que un hombre de su poder hubiera podido costearlo.
- Eso es algo terrible.
- Terrible es lo que te voy a contar ahora: Giggio, a los siete años, perdió en una caída uno de sus dientes de leche. No sé si era el primero que perdía, pero sí que aquella vez fue la primera que le visitó “el ratoncito Pérez”, y que a cambio de su diente le dejó un cuarto de dólar. A esa tierna edad aun no conocía la tacañería y se fundió el cuarto de dólar en una bella edición de Batman y Robín, de Bob Kane, aunque lo que en realidad deseaba era un patín rojo de madera que costaba cuatro dólares y que llevaba persiguiendo durante semanas. Sin embargo, la anécdota del “ratoncito Pérez” le dio una macabra idea. Aquella noche, después de la cena, y cuando Giggio ya estaba acostado Teddy McCullen, el sucio irlandés que vivía en el piso de arriba, comenzó a golpear la puerta a la vez que bramaba y maldecía de forma ininteligible. Acababa de volver a casa y el encontrar las tenazas de su vecino italiano, ensangrentadas en el pasillo, le había explicado lo ocurrido mucho mejor que los balbuceos de sus hijos, gemelos y de un año menos que “Giggi”. El irlandés estaba tan furioso que el padre de “el Parmesano” tuvo que echar mano de su pistola para convencerle de que se volviese por donde había venido. Por la mañana, cuando la madre de Giggio pasó a levantarle, este despertó emocionado esperando encontrar cuatro dólares bajo su almohada. Cuando levantó el cojín y se encontró de nuevo con los dieciséis dientes que había dejado por la noche se enfureció y fue un ser insoportable durante todo el día, hasta que por la noche encontró los cuatro dólares bajo el almohadón.
- Un momento ¿Le arrancó los dientes a sus vecinos sólo por un patín?
- Con unas tenazas.
- ¡Eso es terrible! ¡Y aun así su padre le dio los cuatro dólares! ¡Que clase de familia…!
- No es tal y como lo estas pensando. Te dije que el relato era un ejemplo de avaricia.
- Sí.
- Pero no te dije que también era un ejemplo de justicia y honradez.
- ¿Justicia y honradez?
- Giggio era mayor que sus vecinos. Era más fuerte. Pero ni aun así hubiera podido arrancarles dieciséis dientes a sus vecinos. Según sus cálculos “Giggi” no tenía suficientes dientes para alcanzar la cifra de cuatro dólares. Con sus once dientes ni siquiera llegaba a los tres pavos, así que hizo un trato con los gemelos, que deseaban el patín, rojo como el sol al atardecer, casi tanto como él. Cada uno de ellos pondría cinco de sus dientes, y Giggio “el puño” seis, a cambio de poder guardarlo en su casa. Por eso su padre le puso el dinero bajo la almohada, porque aunque hizo algo terrible,como convencer a sus vecinos para arrancarles los dientes, él también lo hizo: se sacrificó por ello. Y en todo el día no se quejó de dolor de encías, tan sólo de no haber recibido su recompensa.
-Me has dejado helada.
-Sabía que te gustaría. Te prometo que te contare más.
Ya se que algunos lo habíais leído, pero lo he retocado un poco
No hay comentarios:
Publicar un comentario