Extrañado por el comportamiento de la gata, que rascaba nerviosa e insistente la malla de una vieja conejera se decidió por abrir la puerta, tan seguro como lo puede estar un niño, de que ya no quedaba ninguna cria a la que el felino pudiese atacar, esperando saciar su curiosidad, ante el hasta ahora desconocido comportamiento del felino.
Tan pronto abrió la portezuela, un gorrión herido vió pasar su vida de emigrante antes sus ojos, que en unos segundos se encontraba en las fauces de un minino que bajaba lentamente las escaleras del perche, ante la mirada atonita de un crio que solo podia pensar en que acababa de entregar un pajarillo indefenso a su implacable cazador, hasta entonces entrañable mascota casera.
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