Pasaban los años y cada vez su mente se separaba más de su cuerpo, cada vez renegaba más si mismo, arrepintiéndose de todos sus actos pretéritos. Ni siquiera reconocía sus escritos, sus novelas exitosas que le habían dado de comer durante años y que sin duda alimentarían a su descendencia, si es que aun estaba a tiempo de tenerla.
Era un escritor que se arrepentía de todo lo que había dicho y escrito y que se torturaba ante el hecho de la imposibilidad de borrarlo. Y es que, sin quererlo, las expectativas de los demás lo estaban fagocitando.
Para una persona insegura, lo peor que le puede pasar es decepcionar a los demás.
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