la verguenza del azafrán

Antonio se sentó en la silla, al lado del brasero y comenzó a pesar las onzas de azafrán que llevaban años guardadas en el granero. Se dio cuenta de que eran más de las que recordaba, pero unas cuantas menos de las que hubiera deseado.

- Si me las pagas a doce, el pico te lo regalo.
- Bien.
- Muy bien, de acuerdo. Si quieres quedarte, hay cama.
- No, que tengo que marchar pronto a Teruel y casi voy a ir saliendo ya.

Antonio se guardó el dinero y acompañó al comerciante hasta la puerta, se asomó con sigilo y cuando se aseguró de que nadie pisaba la calle ni observaba por su ventana le dejo marchar, escondido entre las sombras de la noche, embozado para que nadie le reconociese y supiese que el Tio Antonio habia tenido que vender el azafrán para poder comprarse otro macho y dar una miaja de dote a su hija, que se casaba en enero.

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