Dias antes de cruzarse con Edipo, Esfinge meditaba, ronroneando ante los cantos de las golondrinas, abotargada tras masticar el último trozo de la última de sus victimas, ignorante ella, de que alguien ya poseia la respuesta al acertijo

Escucha, aun cuando no quieras, Musa de mal agüero de los muertos, mi voz, que es el fin de tu locura. Te has referido al hombre, que cuando se arrastra por tierra, al principio, nace del vientre de la madre como indefenso cuadrúpedo y, al ser viejo, apoya su bastón como un tercer pie, cargando el cuello doblado por la vejez.

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