Una niña, y el bosque.

La oscuridad había bajado, y el norte desaparecido.

Muchos cuentos de hadas y príncipes se cuentan a la luz de una lamparita de mesa, o a la de una lumbre en la chimenea, para los más románticos. La seguridad no proviene del lugar, sino de la compañía, por eso te abrazan y se acercan a ti, cuando les relatas un cuento de miedo, como el de la niña y el bosque.

Ella, que sin saber de pesca se sentía como una lombriz en un anzuelo caminaba arrastrando los pies por una rambla, no porque eso la acercase más a la salida, al río, al mar o a la gente, sino por simple comodidad, para huir de las ramas que rasgaban su vestido gris y arañaban sus leotardos. El miedo, tan racional como el resto de sensaciones la atenazaba, convirtiendo al hambre y a la sed en pequeños hermanitos tímidos, que esperaban su turno para hablar.

Dejar el cuento a mitad, sería imperdonable.

No hay comentarios: